El gol de Meazza en el partido de desempate en Florencia, el bambino italiano con la bola de Turquía en la mano, la ocasión marrada por Cardeñosa, el estrepitoso fracaso en el Mundial de Naranjito, el penalti de Eloy, Stojkovic y la huidiza cabeza de Michel, el codazo de Tassotti, el fallo de Zubi frente a Nigeria, Joaquín y Al-Ghandour contra Corea, la Francia de un Zidane al que algunos pretendían jubilar prematuramente. Todas estas imágenes viajaban a la velocidad del rayo junto al balón que Puyol acababa de impactar violentamente con su testa luego de elevarse majestuosamente para rematar el córner botado por su compañero Xavi. Y cuando el balón, ese vituperado Jabulani, se estrelló contra la red de la portería defendida por el meta alemán Neuer, impactaron también contra las mallas, haciéndose añicos de una vez por todas, todos los complejos y maldiciones acumulados durante tantos años de fracasos y decepciones Mundial tras Mundial.
La selección española está donde nunca antes estuvo, en la final de las finales. Y lo mejor de todo, ha ido creciendo con el torneo y ahora se siente fuerte, se siente poderosa. Se sabe mejor. El balón, ese maldito Jabulani, es su aliado, porque la pelota siempre siente simpatía por quien la trata con respeto y dulzura. El rival, Holanda, poco importa si España vuelve a desplegar el juego de seda mostrado contra Alemania. Esta maravillosa generación de futbolistas está a un paso de entrar en la historia de los Mundiales. A un paso de la eternidad.
Foto: flickr Glogovision
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