martes, 24 de septiembre de 2013

Una copa más


Llega un momento durante la noche en el que te percatas de que no hay vuelta atrás. No dura mucho, pero por un instante eres perfectamente consciente de que las cartas están echadas y todo acabará en dosis variables de ibuprofeno, arrepentimiento y melancolía. Puede ser a la cuarta, a la quinta o a la sexta copa, dependiendo de la costumbre y el aguante de cada cual. Es ese momento en el que aún estás lo suficientemente lúcido para darte cuenta, pero ya lo bastante borracho para plantearte plegar velas.

A mitad del metraje de Double Indemnity, esa maravillosa película de Billy Wilder que en España se tradujo como Perdición y en Hispanoamérica como Pacto de Sangre, la voz en off de Walter Neff, el personaje interpretado por Fred MacMurray, pronuncia la frase que resume la película y más de una vida: “Sin embargo, de camino al bar pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos, eran los de un hombre muerto”. MacMurray presiente en ese momento el fatal desenlace, pero sabe que ya es tarde para dar marcha atrás. Los espectadores teníamos desde mucho antes la certeza de que aquello terminaría mal, concretamente desde que la cámara de Wilder nos mostró a Barbara Stanwyck, bellísima mujer fatal, bajando las escaleras a golpe de tacón, con una pulsera asida al tobillo como si llevara marcado a fuego el mismísimo 666. En ese momento comprendimos que el bueno de Neff estaba perdido, como ese amigo que, en cuanto te ve devorar de dos tragos la primera copa, deduce cómo acabara tu noche.

Hay relaciones en las que uno entra descuidadamente, temerariamente incluso, como cuando sales en plan tranquilo, sin medir las consecuencias. Un par de cervezas y a casa, te dices engañándote a ti mismo. Pero la cosa se va complicando y tú te dejas llevar, sin querer pensar demasiado en el mañana, saboreando cada trago. Cuando te quieres dar cuenta ya has sobrepasado el punto de no retorno. La última y me voy, te repites entonces una y otra vez, con escasa convicción. Pero no te vas, no puedes irte, y te acaban cerrando el bar. Y te quedas solo, en la puta calle. Con la garganta ardiendo y unas ganas terribles de otra copa más, aunque sólo sea una.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

A una copa no se le puede decir que no

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