A los 20 minutos ya había puesto Marcelo cuatro centros de gol. El primero se le quedó un poco atrás a Benzema, que hizo un escorzo en el aire y remató fuera. El último lo despachó Cristiano, implacable, como suele, al fondo de la red. El lateral brasileño tuvo media hora magistral, participando en cada jugada, con esa chispa que tanto ha echado de menos el Madrid durante los últimos tiempos, entendiendo por últimos tiempos casi un año y medio. Enfrente estaba el Copenhague. Cada vez que un equipo danés visita el Bernabéu, siempre hay algún gracioso que saca a colación el fantasma del Odense. Pero el fútbol danés no es lo que era. Yo crecí viendo a Laudrup correr por el Bernabéu y maduré viendo a Gravesen. Ahora que lo pienso, no sé si es una muestra de la decadencia del fútbol danés o una metáfora de mi propia vida.
Celebré en twitter los buenos minutos de Marcelo y Brusli me recordó de inmediato que hay Mundial a la vista, en Brasil para más inri. No tuve más remedio que darle la razón. En año de Mundial a los brasileños se les afila la cara y las piernas como a Induráin cuando llegaba cada año la Dauphiné.
Es pronto para lanzar las campanas, pero parece que Marcelo ha vuelto, después del año sabático que se regaló el año pasado. Ya aguanta elegante los primeros planos, sin que la imagen se apaise automáticamente. A Marcelo se le está poniendo cara de ganador de Tour.
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