martes, 25 de junio de 2013

Jugar al póker en gayumbos



El relato de la actual selección española de baloncesto, campeona del Mundo y Europa y subcampeona olímpica, cuenta que todos estos éxitos se fraguaron en la pocha. Se dice que las partidas de cartas con las que los seleccionados mataban las horas muertas cimentaron una camaradería que se terminó reflejando en la cancha. En aquellos primeros años de éxitos baloncesteros, se comparaba el buen rollo de la selección de basket con el permanente ambiente enrarecido de la de fútbol.

Según contaba ayer algún medio brasileño, unos cuantos jugadores de la selección de fútbol habrían seguido el ejemplo de sus colegas de la canasta, cambiando la pocha por el strip póker. La rocambolesca historia se completa con un robo de mil euros, su denuncia y el posterior desmentido. Es posible que la partida sólo fuera un intento de estrechar lazos perdidos entre algunos internacionales. Donde no llega la mediación de terceros puede hacerlo el póker, capaz de consolidar amistades inquebrantables para toda la vida. Durante una época nos reuníamos un grupo de amigos de vez en cuando para jugar al póker. Quedábamos por las noches y, entre whisky y whisky, entre fulls y dobles parejas, nos daba la hora del desayuno. Recuerdo aquellas horas de humo, risas y camaradería con mucho cariño. Tengo que aclarar que nosotros nunca llegamos a practicar la variante strip. Todo lo más, en una noche tórrida, alguno se quedó en gayumbos para aliviar el calor. Sobra decir que ninguno le vimos la apuesta.


Una madrugada, por aquella época, estando con unos amigos de farra en un garito infecto, nos encontramos con un conocido. Puesto que la madrugada amenazaba con convertirse en mañana y los del garito amenazaban con desalojarnos a escobazos, nuestro amigo nos invitó a terminar la fiesta en su casa, con una partida de póker. Eran las 7 de la mañana y no teníamos nada mejor que hacer. Quién hubiera rechazado la propuesta. El hecho de que la noche le hubiera sonreído a nuestro amigo y llevase colgada del brazo a una chica que acababa de conocer no parecía impedimento para nuestros planes. Llegamos al domicilio, el típico piso de estudiantes, y nos pusimos a jugar manos y trasegar whisky. Los otros inquilinos se iban despertando y, conforme se desperezaban, se sentaban a la mesa, con su pijama y su cola cao, para incorporarse a la partida. Puro vicio era aquello. A todo esto, nuestro anfitrión se encerró en su cuarto con su conquista y sólo apareció dos veces. La primera, para preguntar si alguien tenía un condón. La segunda, definitiva, para pedir cartas y empezar a apostar, dejando a la dama durmiendo, es de suponer que razonablemente satisfecha.

Terminamos la partida como al mediodía e hicimos lo único sensato que se podía hacer en esa situación: irnos de cañas, a derrochar las ganancias unos, a olvidar las pérdidas los otros. Creo recordar que no gané, pero logré escapar ileso, que no es poco. A la chica la dejamos durmiendo en el piso, sola. No me consta que después se echara nada en falta. Tampoco creo que en este caso hubiera mucho que robar, aparte de unas cuantas botellas de Johnnie Walker vacías, unos naipes gastados y algún condón usado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails