viernes, 7 de junio de 2013

El póster de Petrovic


Volví a ver hace poco aquel extraordinario partido entre Real Madrid y Snaidero Caserta, con Drazen Petrovic y Oscar Schmitz enzarzados en un duelo salvaje, como dos pistoleros del Lejano Oeste. El croata se fue hasta los 62 puntos, mientras que Oscar se tuvo que conformar con 44. Ese día ganó el Madrid la Recopa, pero cuentan que allí mismo, en Atenas, empezó a perder la Liga, toda vez que el vestuario saltó por los aires, harto del protagonismo de Petrovic, aunque habrá quien argumente que el arbitraje de Neyro también tuvo algo que ver. Que Petrovic era lo que en el argot baloncestístico se ha conocido toda la vida como un chupón es tan cierto como que era tan condenadamente bueno que había poco que reprocharle. Cuando un tío te gana un título europeo metiendo 62 puntos, acusarlo de individualista resulta tan obvio como inútil.

Yo odié al Petrovic de la Cibona tanto como amé al Petrovic madridista, en una de esas bruscas metamorfosis sentimentales que sólo son capaces de proporcionar el deporte y el sexo. Yo entonces era un crío y todavía me quedaba algún tiempo para descubrir lo segundo. Demasiado tiempo. Acompañado, se entiende.

Porque, las cosas como son, Petrovic en el equipo contrario era un auténtico hijo de puta. Provocador, arrogante y pendenciero. Un prodigio en el arte de meter canastas, pero un tipo odioso. No es que el cambio de camiseta modificara su comportamiento, pero entonces pasó a ser nuestro hijo de puta, como dicen que dijo Roosevelt de Somoza. Y eso ya sí molaba, claro.

Ni que decir tiene que Drazen se convirtió inmediatamente en mi ídolo. Intentaba, con escaso éxito, imitar su tiro, su manejo de balón, la forma de botar éste entre las piernas o pasarlo por la espalda, el suspiro antes del tiro libre, incluso sus gestos tras encestar. Hasta tal punto llegó mi obsesión que empecé a jugar con la boca muy abierta, como hacía él debido a sus problemas para respirar por la nariz, según había leído en algún sitio, supongo que en la revista Gigantes del Basket, en la que invertía religiosamente buena parte de mi paga semanal en aquellos tiempos. Llevé tan lejos el mimetismo que lo terminé trasladando, sin darme cuenta, fuera de la cancha, hasta que un día mi madre me preguntó preocupada qué me pasaba, por qué respiraba con la boca tan abierta, como un pez fuera del agua. Me dio tanta vergüenza que se me quitó la gilipollez de golpe.

Lo cierto es que pocas veces se vio a Drazen con la boca cerrada, pero yo sospecho que, más que por sus posibles problemas respiratorios, se debía a que siempre estaba presto a escupir una provocación. Cuando el Madrid ganó la Copa del Rey, se dirigió a Aíto desafiante, restregándole el marcador global en los enfrentamientos directos hasta ese momento: "¡Cinco a cero!" “¿Dónde se compra la bula para meter triples?”, añadió el croata, en respuesta a la acusación del entrenador barcelonista de que Petrovic poseía bula arbitral. Lo de “Aíto maricón” nunca llegó a aclararse: uno negó haberlo oído y el otro haberlo dicho.

Petrovic se fue a la NBA y yo me quedé sin ídolo, animando sin mucho ánimo a un Madrid melancólico y decadente que no remontaría hasta la llegada de otro mito, Arvydas Sabonis. A Drazen le costó triunfar allí. Pasó años duros en los Trail Blazers de Adelman, pero en los Nets volvió a disfrutar y a mostrar su mejor baloncesto. Cuando, tal día como hoy hace 20 años, un accidente de coche acabó con su vida en los alrededores de Múnich, ya era una estrella de la NBA. Entre medias, ganó la plata con Croacia en Barcelona 92, en medio de la guerra que destrozó Yugoslavia y levantó un muro invisible entre él y su amigo Vlado Divac, como tan bien refleja el documental ‘Once brothers’.

He estado rebuscando entre mis papeles y cachivaches, buscando aquel póster de un Petrovic elegante, inmortalizado de perfil, enfundado en la camiseta blanca de Parmalat, lanzando en suspensión, con los pies a medio metro del parqué, el cuerpo muy recto y el balón apenas rozando los dedos de su mano derecha. El póster no ha aparecido. Durante un tiempo decoró la pared de mi cuarto y lleva 20 años colgado en mi mente.

1 comentario:

Cerverano dijo...

Gran, gran, gran articulo

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