viernes, 16 de marzo de 2012

Sobre el Athletic y los amores furtivos

Quién sabe si existe el amor para toda la vida. Ese amor eterno del que tanto hablan novelas, películas y, sobre todo, canciones y que es tan difícil encontrar en la vida real. Cada vez resulta más complicado encontrar personas que afirmen haber estado toda la vida enamoradas de la misma persona. Uno escucha a esas parejas ancianas que presumen de ser novios desde su adolescencia y de haber convivido felices durante décadas y siente una incómoda mezcla de ternura y admiración, pensando que está ante algo anómalo, ante una especie en extinción. Este amor único de largo aliento que en las relaciones humanas cada vez nos resulta más extraño y anacrónico es, sin embargo, condición imprescindible para cualquier aficionado al fútbol. Cuando uno es de un equipo de fútbol lo es con todas las consecuencias y hasta el final. Son extraordinariamente raros los casos en que uno decide abandonar el equipo de sus amores y unirse a otra afición. Sin embargo, esto no te impide flirtrear con otros e incluso tener una breve, intensa e inocente aventura.

En mi vida de aficionado han sido varias veces las que he sentido la necesidad de disfrutar de esos breves idilios, encandilado por el estilo y la belleza de determinados equipos. No me malinterpreten, yo siempre amé al equipo al que un día, sabe Dios por qué, decidí seguir y así será hasta el final de mis días, aunque haya tenido épocas en que haya abjurado de él y a veces haya preferido no seguir sus partidos para evitarme disgustos. Pero ha habido a lo largo de mi etapa como futbolero equipos que me han hecho disfrutar enormemente, breves aventuras que me hicieron gozar y entregarme a una fugaz lujuria.

Santi Aragón
Escarbando en mi memoria, creo que el primer equipo que me produjo esas sensaciones fue el Zaragoza de Víctor Fernández. Recuerdo aquella Recopa que seguí como si fuera la de mi propio equipo, sufriendo en la final cuando el Arsenal con el empate de Harston y explotando de alegría cuando Nayim, cuando los penaltis parecían inevitables se inventó ese balón bombeado que sorprendió a Seaman.

Me enamoré de los pases de Santi Aragón, la jeranquía de Cáceres y Aguado en la retaguardia, las cabalgadas de Belsué por la banda derecha, el talento de Pardeza y Nayim y la incansable búsqueda del gol de Esnáider. Quedé prendado del juego ágil y coral de aquel Zaragoza. Sucedió que poco a poco la belleza que había brillado con tanta intensidad se fue opacando. Las arrugas aparecieron en su rostro y yo, me avergüenza reconocerlo, dejé de sentirme atraído.

Mi siguiente romance fue con el siguiente equipo de Víctor, el Celta de Vigo de Mostovoi, Karpin, Gustavo López, Revivo y, otra vez, Cáceres. Duró un par de años, pero fue probablemente el más intenso de todos los que he vivido. Lo de la Real de Denoueix (¿qué fue de él?) no pasó de efímero devaneo, pero al Villarreal de Pellegrini a punto estuve de ponerle un piso.

A veces sucede que uno se encapricha de equipos de otras ligas. Hoy en día es más fácil, pero esto hace años requería cierto estoicismo, pues apenas se podía disfrutar de ellos cuando disputaban competiciones europeas. Esto me pasó con aquel Ajax de Van Gaal que maravillaba por Europa a mediados de los 90. Ese equipo de Blind, Rijkaard, Seedorf, Kluivert, Overmars, Litmanen y los hermanos De Boer, heredero del fútbol total de aquel otro Ajax de dos décadas antes, me conquistó con su juego rápido y preciso. También con el Arsenal de Wenger sentí un profundo flechazo, aunque en este caso he de reconocer que, a pesar de que la pasión ha remitido notablemente, la llama se resiste a apagarse.

En el caso de estos amores lejanos, contamos con la ventaja de que rara vez se cruzan con nuestro verdadero amor, con el beneficio para nuestra salud que supone no tener que andar con el corazón siquiera un poco dividido.

Todas estas aventuras quedan en la memoria como un bello recuerdo. Tampoco es que los haya olvidado completamente. Aunque han cambiado mucho respecto de aquellos por los que un día sentí una ardiente pasión, aún siento simpatía por esos antiguos idilios y suelo seguirlos en la distancia con cierto interés. Como esa antigua novia por la que ya no sentimos nada, pero por la que preguntamos frecuentemente deseando que le vaya bien.

Mi último flechazo se produjo anoche al ver el partido del Athletic en San Mamés contra el Manchester United. Ya llevaba un tiempo mirándolos con otros ojos, un poco encaprichado de ellos, pero ha sido en el doble enfrentamiento contra los mancunianos donde su belleza y personalidad me han cautivado definitivamente, donde la prodigiosa mezcla de técnica, táctica y físico me han hecho caer rendido. Veremos lo que dura la pasión esta vez.

2 comentarios:

narbona dijo...

No es habitual comentar sobre fútbol tal y como lo haces en este articulo. Me gustó. En hora buena.

Javier Martín dijo...

Gracias, narbona. Eso se intenta, mirar el fútbol desde diferentes prismas.

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