"El exilio no fue idea mía, sino de Hitler"
Wilder nació en Austria y vivió en Viena durante su infancia, pero se trasladó joven a Berlín, donde compaginó su trabajo como periodista con una vida bohemia y un tanto disipada. Fue en la capital alemana donde se introdujo en el mundo del cine escribiendo sus primeros guiones. La llegada al poder de Hitler obligó a Wilder, de familia judía, a emigrar a París, donde siguió escribiendo y llegó incluso a dirigir en 1934 su primera película, ‘Mauvaise Graine’, de la que no estaba demasiado orgulloso. Ese mismo año saltó el océano para establecerse en Estados Unidos, donde desarrolló el grueso de su carrera profesional.
"Lo más importante es tener un buen guión. Los cineastas no son alquimistas. No se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate"
Wilder comenzó escribiendo guiones para la Paramount. Escribió para algunos de los mejores directores que había por aquel entonces en Hollywood, como Raoul Walsh (‘Under Pressure’), Howard Hawks (‘Bola de fuego’ y ‘Nace una nación’) o Mitchell Leissen (‘Midnight’ y ‘Si no amaneciera’). Precisamente éste último fue el responsable involuntario de que Wilder se decidiera a ponerse detrás de la cámara. Según contaba el director austriaco fue ver la forma en que Leissen tergiversaba sus guiones lo que le empujó a convertirse en director para asegurarse el control total del proceso.
"Sabe, si uno pudiera escribir el ’toque Lubitsch’, seguiría existiendo, pero se llevó el secreto consigo a la tumba. Es como el arte chino del soplado del vidrio; ya no existe. De vez en cuando, busco un giro elegante y me digo: '¿Cómo lo habría hecho Lubitsch?' Y se me ocurre algo, y se parece a Lubitsch, pero no es Lubitsch. Ya no existe"
Pero de todos los directores para los que Wilder trabajó como guionista al que más admiraba, sin lugar a dudas, era al alemán Ernst Lubitsch, con el que trabajó en dos películas, ‘La octava mujer de Barbazul’ y ‘Ninotchka’. Wilder era un reconocido discípulo del director alemán y un declarado entusiasta del denominado toque Lubitsch. Es conocida la conversación que tuvo lugar en el funeral del director alemán, cuando William Wyler afirmó: “Qué pena, se acabó Lubitsch”, a lo que Wilder respondió: “Y lo que es peor, se acabaron las películas de Lubitsch”. En el despacho de Wilder estuvo colgado durante años un cartel con la frase “¿Cómo lo haría Lubitsch?".
“Me aburro si hago siempre lo mismo. Admiro a Hitchcock; pero no podría trabajar como él, porque siempre hacía la misma película.”
A diferencia de su maestro y mentor, Wilder no destacó sólo en comedia, sino que fue un director todoterreno. Sus primeras películas como director en Hollywood fueron una comedia (‘El mayor y la menor’), una aventura bélica (‘Cinco tumbas al Cairo’), una de cine negro (‘Perdición’), un drama (‘Días sin huella’) y un musical (‘El vals del emperador’), demostrando su versatilidad desde bien temprano. Durante 40 años transitó con su singular talento todos los géneros, aunque su faceta cómica sea la más conocida y recordada. Desde luego, Wilder dominó como nadie la comedia, ya sea en su vertiente más divertida (‘Con faldas a lo loco’, ‘En bandeja de plata’ o ‘Uno, dos, tres’), en comedias amargas como ‘El Apartamento’ o en comedias románticas como ‘Ariane’ o ‘Sabrina’. Poseía la rara habilidad de mantener siempre el equilibrio en el filo de la navaja, sin caer en el cinismo amargo ni en el sentimentalismo almibarado.
“Una vez me preguntaron: ¿Es importante que un director sepa escribir?, y yo respondí: no, pero sí es útil que sepa leer.”
Brackett y Wilder |
En las siguientes películas el director colaboró con diferentes guionistas hasta que en 1957 escribió ‘Ariane’ junto a I.A.L. Diamond, con el que colaboró hasta el final de su carrera.
“Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?”
Las mejores estrellas de la época dorada del cine actuaron bajo la dirección de Wilder. Audrey Hepburn, Humphrey Bogart, Gary Cooper, James Stewart, William Holden, Gloria Swanson, Laurence Olivier, James Cagney, Barbara Stanwyck o Fred McMurray fueron algunos de los grandes nombres de la escena de aquellos años que protagonizaron películas de Wilder. De todos ellos sacó lo mejor: el maravilloso encanto de Hepburn, la fatal sensualidad de Stanwyck, la vis cómica de un declinante Cagney o el inmenso talento de una resucitada Gloria Swanson. Su peor pesadilla fue Marilyn Monroe, a la que había que esperar frecuentemente durante horas para rodar una escena. A pesar de ello Wilder siempre destacó el innegable talento cómico de Marilyn y la recordaba de manera afectuosa.
Pero probablemente los dos intérpretes que más identifique el público con el cine de Wilder sean Jack Lemmon y Walter Matthau, dos actores que supieron interpretar a la perfección las comedias del director austriaco y para los que Wilder siempre tenía palabras elogiosas. Lemmon solía bordar los papeles de hombre corriente superado a menudo por el devenir de los acontecimientos, mientras que para Matthau estaban reservados aquellos personajes con un punto cínico y sinvergüenza. Cuando ambos compartían secuencia la compenetración era evidente. Curiosamente, en contra de la sensación que puede existir, sólo actuaron juntos para Wilder en tres cintas (‘En bandeja de plata’, ‘Primera plana’ y ‘Aquí, un amigo’), aunque Lemmon protagonizaría también otras cuatro (‘Con faldas y a lo loco’, '¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre', ‘Irma la dulce’ y ‘El apartamento’).
La única espina que se le quedó clavada a Billy Wilder fue Cary Grant. Pese a ser amigos, Grant, extrañamente, nunca accedió a rodar con él. El director intentó que formara pareja con Audrey Hepburn en ‘Sabrina’ y ‘Ariane’, pero el actor rehusó la oferta. Una pena, porque el papel del cínico mujeriego de ‘Ariane’ le hubiera quedado a Grant como un guante.
"No tengo tiempo para considerarme un inmortal del arte. Hago películas sólo para entretener a la gente y las hago tan honradamente como puedo."
Wilder no se consideraba un artista. Se veía más bien, al igual que le sucedía a otros grandes como Hitchcock o Ford, como un artesano, y buscaba hacer películas que gustaran al gran público –al que consideraba suficientemente inteligente-, no obras de arte para la posteridad. Y como también le sucediera al mago del suspense fue despreciado en ocasiones por la crítica más elitista por considerarlo populista y superficial. La prestigiosa crítica Pauline Kael escribió a propósito del estreno de ‘Uno, dos, tres’: “Wilder camina sobre seguro, es un director avispado y vivaz cuyo trabajo carece de sentimiento, pasión, gracia, belleza o elegancia. Tiene los ojos puestos en el dólar, o, en el mejor de los casos, en las fórmulas de entretenimiento que ataren el dólar; pero nunca antes, a excepción tal vez de ‘El gran carnaval’, había mostrado un desprecio tan descarado por el género humano”.
"Esas cosas horribles que son tan necesarias y que hacen a la gente millonaria -me refiero a los efectos especiales- no las sé hacer, no sé rodar choques de coches... En esta época, por lo que respecta a los argumentos, creo que ya está todo inventado. Ahora se hacen remakes"
En 1981 Wilder dirige ‘Aquí un amigo’, a la postre su última película. Desde entonces hasta su muerte en 2002 no volvería a ponerse detrás de una cámara. No fue una decisión propia, simplemente la industria de Hollywood se olvidó de él. Wilder no tenía sitio en el cine de los ochenta. Hizo un intento de volver a la dirección a principios de los noventa. Cuando Kubrick renunció a los derechos de ‘La lista de Schlinder’, Wilder se interesó por ella, pero Steven Spielberg se le adelantó y Wilder se hizo a un lado cortésmente.
En 1999, tres años antes de su fallecimiento, se publicó un libro que recogía una serie de diálogos entre Cameron Crowe, director de ‘Jerry Maguire’ y ‘Casi famosos’, y Wilder. Crowe tomó como ejemplo el famoso libro-entrevista de Truffaut a Hitchcock, ‘El cine según Hitchcock’. Aunque no alcanza la brillantez de su modelo –ni Crowe, excesivamente disperso, es un entrevistador tan atinado como Truffaut; ni Wilder se presta a la disección de su obra como hiciera Sir Alfred- es enormemente interesante para conocer las opiniones de Wilder sobre el cine y la vida.
“Me gustaría morir a los 104 años, completamente sano, asesinado por un marido que me acabara de pillar, in fraganti, con su joven esposa”
No llegó a vivir 104 años, pero no faltó demasiado. Tampoco murió a manos de un marido despechado, sino de una vulgar neumonía. El 27 de marzo de 2002 fallecía a la edad de 95 años uno de los grandes maestros de la historia del séptimo arte, llevándose consigo a la tumba su secreto: el toque Wilder. Algunos han intentado parecerse a Wilder, pero no es Wilder. Es como el arte chino de soplado de vidrio; ya no existe.
Cuatro obras maestras (puede contener spoilers)
- Perdición (Double Indemnity, 1944)
Una frase: “Sin embargo, de camino del bar pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos. Eran los de un hombre muerto.”
Una escena: Fred McMurray contempla a Barbara Stanwyck bajar las escaleras en su primer encuentro. Su mirada (la cámara) se fija en la esclava que luce en el tobillo. El erotismo que desprende el tobillo semidesnudo de Stanwyck es sólo comparable a la fatalidad que flota en el ambiente.
- El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950)
Una frase: “¡Yo soy grande! Son las películas las que se han hecho pequeñas”
Una escena: Norma Desmond (Swanson) desciende las escaleras de su mansión en su última actuación para las cámaras: “Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano".
- Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959)
Una frase: "¡Soy un hombre!". "Bueno, nadie es perfecto"
Una escena: La sensual Sugar Kane (Marilyn) trata de animar a un supuestamente frígido Tony Curtis mientras Jerry / Daphne (Lemmon) baila tango hasta el amanecer con el millonario Osgood (Joe E. Brown).
- El apartamento (The Apartment, 1960)
Una frase: “Si te enamoras de un casado no te pongas rimmel”.
Una escena: C.C. Baxter (Lemmon) prepara la cena para Fran Kubelik (Shirley MacLaine). Tras cocer la pasta utiliza una raqueta de tenis como colador. La mezcla de humor, ternura y patetismo que trasmite la escena sintetiza a la perfección ese difícil equilibrio que sabía conseguir Wilder en sus comedias.
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Texto publicado originalmente en soitu.es el 5/2/2009.
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