No cabe duda de que el baloncesto de hoy es más físico, rápido y táctico. Cada equipo tiene mil sistemas defensivos y ofensivos, los jugadores se machacan en el gimnasio y ya no son los tirillas de antaño. Los equipos son ahora más defensivos, menos sujetos a la improvisación y al talento. El cambio no se produjo de un día para otro pero un momento que se puede tomar como simbólico punto de inflexión es la final de la Copa de Europa que ganó el Limoges en 1993 bajo la dirección de Bozidar Maljkovic. El tanteo, 59-55, es harto elocuente.
En el juego actual, el base ha dejado de ser el director de orquesta, el hombre que, cual guardia de tráfico, organizaba al equipo y decidía la jugada pertinente en cada momento, para pasar a convertirse en un mero transmisor de la jugada mil veces ensayada que el entrenador marca voz en grito desde la banda. Los pívots son ahora consumados especialistas en lanzamiento exterior y las defensas cada vez se imponen más, hasta el punto que los otrora factibles 100 puntos son ahora una quimera inalcanzable.

Es posible que esta reivindicación del baloncesto que algunos considerarán prehistórico tenga más que ver con motivos sentimentales que objetivos. Alguien dijo que en la infancia se vive y después sólo se sobrevive y algo de eso puede haber en esta nostalgia mía. Mis recuerdos vagan entre posesiones de treinta segundos y unos más uno y se detienen en la selección de la todopoderosa Unión Soviética, cuando aún era una y enorme -no tanto libre-, donde formaban el gigante torpón Tachenko y el prometedor juvenil Sabonis junto a Alexander Volkov, Valdis Valters y Tikhonenko. También viene a mi mente la Italia de Antonello Riva, Marzorati, Brunamonti y Walter Magnifico y aquella Grecia que sorprendió derrotando a los soviéticos en el Europeo disputado en tierras helenas en 1987, con un estelar Gallis bien secundado por Giannakis, Fassoulas y Christodoulou. Y recuerdo con especial emoción a la selección yugoslava que deslumbró en el Mundobasket de 1990 -Zdovc, Petrovic, Paspalj, Radja y Divac, menudo cinco titular- antes de que el país saltara por los aires.
Rememoro también aquella incipiente ACB que tenía equipos con nombres tan políticamente incorrectos hoy en día como Licor 43 o Ron Negrita. En aquellos tiempos cada equipo sólo podía contar con dos extranjeros, americanos en la gran mayoría de los casos. Jugadores como John Pinone, Audie Norris, David Russell, Kevin Magee, Granger Hall, Reggie Johnson, Brad Branson, Wayne Robinson o el centroafricano Anicet Lavodrama marcaban la diferencia. El puesto de base estaba reservado normalmente a jugadores nacionales, algo que no es extraño dada la excelente nómina existente: Corbalán, Solozábal, Quim Costa, Llorente, Vicente Gil, Chichi Creus, Pepe Arcega. Tras los Juegos de Los Ángeles, en 1984, fue instaurada en Europa la línea de tres y empezaron a surgir tímidamente los primeros especialistas: Epi, Margall, Beirán, Brian Jackson, Biriukov (con su horrible pero efectiva mecánica de tiro) y el gran Chicho Sibilio, probablemente el primer gran triplista que hubo en España.
Aunque añore aquel baloncesto también disfruto mucho con el que se juega hoy. Por fortuna, la esencia del juego sigue siendo, al fin y al cabo, la misma: meter más canastas que el rival. Eso no hay entrenador balcánico que lo cambie.
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