Soy consciente de que muchos de vosotros, ateos y agnósticos, no me creeréis e incluso me tomaréis por loco. Es posible que algunos de vosotros, creyentes convencidos, me señaléis como blasfemo. Me da igual. Yo estoy aquí para dar testimonio de lo que vi. Ni estoy loco, ni deliro. Dios existe y yo lo he visto.
No, no estoy hablando de apariciones puntuales ante un reducido grupo de niños fácilmente impresionables, al estilo de Fátima o Lourdes. Durante cinco años yo veía a Dios todos los fines de semana, y en ocasiones también entre semana. No era yo el único que lo veía, claro, pero a muchos les costaba reconocer en Él a una deidad. Pensaban que sólo era uno más, simple mortal. No obstante, fuimos unos cuantos los que supimos vislumbrar la grandeza que ese metro ochenta y cinco vestido de blanco impoluto encerraba. Ahora la misión de nosotros, sus apóstoles, es contar los hechos de los que fuimos testigos, con el fin de que quede constancia para la posteridad.
No era este Dios del que hablo alguien vengativo y soberbio, a la manera del Yahveh del Antiguo Testamento. Más bien se asemejaba al humilde y sereno Jesucristo del Nuevo Testamento, aunque no poseyera ni de lejos la abundante melena que la iconografía tradicional siempre atribuyó a Jesús. Una serenidad que, no obstante, saltó alguna vez por los aires ante la injusticia y la necedad. Del mismo modo que Jesús tuvo su momento de indignación al ver la casa de su padre convertida en una cueva de ladrones, también el Dios del Bernabéu entró en cólera en ocasiones puntuales, sólo que, a falta de látigo a mano, utilizó como arma su siempre brillante cabeza.
Con la misma elegancia con que Jesucristo caminó sobre las aguas, el Dios blanco transitó sobre el césped del Bernabéu en un prodigio de gracia y estilo, y con la misma diligencia con que Aquél transformaba el agua en vino y multiplicaba panes y peces, Éste transformaba en peligro de gol cualquier acción inane y multiplicaba con sus intervenciones goles, victorias y títulos.
Nos llamarán locos, pero nuestras retinas aún guardan los asombrosos acontecimientos que vivimos. Aunque seamos incomprendidos y perseguidos, aunque terminemos siendo pasto de hambrientos leones, es hora de iniciar la labor de apostolado.
1 comentario:
Amén.
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