Las razones por las que uno se hace de un equipo de fútbol y no de otro son a menudo insondables. Normalmente remiten a una época de nuestra infancia de la que apenas tenemos vagos recuerdos borrosos. Cuando vives en una ciudad con sólo un equipo en primera división es más fácil, pero si tu ciudad no tiene ningún equipo (o tiene varios) la cosa se complica. A veces realizamos la elección por una cuestión hereditaria (influencia de padres, tíos o hermanos mayores), otras por quedar prendados de pequeños de la forma de jugar de un equipo o un jugador determinado o simplemente del equipo ganador del momento. Imagino que también influyen incluso razones estéticas, como el color de la camiseta, o más extrañás aún. Quién sabe.
En cualquier caso, sean cuales sean los motivos, ser de un equipo es algo para toda la vida. Aunque no se firma ningún contrato, uno se mantiene fiel al club de sus amores en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte los separa. Esto no significa ser un forofo obcecado sin capacidad alguna de análisis. En el contrato tácito entra ser crítico con institución, entrenador y jugadores cuando la ocasión lo requiere. También el respeto y hasta la admiración por la labor de los rivales. Por encima incluso del amor a unos colores está el amor al fútbol
Pero aun siendo una persona equilibrada y nada forofa, aun disfrutando con el juego de otros equipos, el amor a su club es lo último que alguien abandona. Conozco gente que defendía las bondades del socialismo como si le fuera la vida en ello y ahora son adalides del libre mercado. He conocido seminaristas que han acabado convertidos en ateos militantes y ateos que un día vieron la luz cual Saulo de Tarso. Los hay que cambian de nombre, de apellidos, de nacionalidad, de sexo, que reniegan de su familia, de sus amigos, pero no conozco a nadie que haya cambiado unos colores por otros.
Aunque en ocasiones la tentación, ciertamente, exista, uno no abandona a su equipo bajo ningún concepto, aunque el palco esté habitado por oportunistas, iluminados e incluso estafadores, aunque en el banquillo haya un inútil, aunque el equipo lleve años aburriendo a las ovejas, aunque el césped esté poblado por vagos o mercenarios a los que poco importa vestir una camiseta u otra. Uno puede abjurar de su equipo en un momento de frustración y coquetear puntualmente con otros más atractivos, pero finalmente termina volviendo. Porque, como acertadamente canta el bolero, "en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse, imborrables momentos que siempre guarda el corazón, porque aquello que un día nos hizo temblar de alegría es mentira que hoy pueda olvidarse con un nuevo amor".
1 comentario:
Un artículo emocionante. Tienes razón, yo no recuerdo cuando decidí que sería culé por el resto de mi vida. Supongo que leyendo el "Dicen" en la biblioteca, o vibrando con la final de Basilea, o escuchando los partidos de los culés retransmitidos por el maestro Puyal. Genial artículo, George, te veo en forma. Un abrazo, y que gane el mejor.
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