Foto: flickr Hector Garcia |
Era el segundo tanto de la noche para Ronaldinho, indiscutible dominador del encuentro. Ambos goles tuvieron una ejecución muy similar: sendas arrancadas desde la izquierda, marca de la casa, dejando a su paso rivales y acelerando en el momento justo para entrar en el área y batir a Casillas. Dos prodigios de técnica, potencia, habilidad y velocidad.
Ese 0-3 fue el punto de inflexión de un Barcelona que a partir de ese momento cogió velocidad de crucero para terminar aquella temporada ganando Liga y Champions con un fútbol de seda. Rijkaard recogió el legado de Cruyff y armó un equipo donde cada pieza encajaba a la perfección. Deco y Xavi gobernaban un centro del campo donde Márquez se había convertido en un improvisado pero impecable mariscal, Eto'o mostraba una voracidad goleadora impresionante, Iniesta y Messi garantizaban el futuro... todos ellos gravitando alrededor de Ronaldinho, el astro rey de aquel Barça.
El aplauso de la hinchada rival significaba el reconocimiento al que era, indiscutiblemente, el mejor jugador del mundo en ese momento. A finales de ese 2005 fue galardonado con el Balón de Oro y el FIFA World Player. Tenía 25 años, se encontraba en la cumbre y en un equipo que funcionaba perfectamente, rodeado de una cuadrilla de jugadores talentosos y suficientemente jóvenes para marcar una época.
Pero el sueño fue efímero. El equipo llamado a dominar Europa cayó en una suerte de melancólica desidia y en dos años se descompuso de forma incomprensible. Rijkaard, excelente entrenador y responsable -nunca bien reconocido- en parte del Barça actual, se mostró incapaz de enderezar una nave que zozobraba. Llegó Guardiola y señaló directamente a Ronaldinho, junto a Deco y Eto'o, como responsable directo. El Gaucho tomó rumbo a Milán. El tiempo ha demostrado que Pep no se equivocaba.
Dicen que su principio de temporada en Italia es prometedor, que es posible que entre en la próxima convocatoria para la selección de Brasil, pero verlo ayer sobre el césped del Bernabéu mueve al desaliento. Incapaz de correr 30 metros seguidos, impotente ante el ritmo de un partido de alta competición, negado en el regate, Dinho no dejó anoche siquiera un detalle de su demostrada calidad. Mientras 21 futbolistas disputaban un partido de Champions, él se movía a la velocidad de un solteros contra casados. Sólo tiene 30 años, pero hace tiempo que dimitió como jugador de alta competición. Fue una estrella fugaz: brillo demasiado durante demasiado poco tiempo.
Aquel jugador que hace apenas cinco años maravillaba en el Bernabéu y recibía la ovación de la resignada hinchada blanca, se marchaba ayer del mismo escenario entre los pitos del respetable. Puede que la masa sea más inteligente de lo que a veces pensamos. De aquellos aplausos a estos silbidos. De aquel Ronaldinho a éste. De aquel crack a este ex-jugador. Se cerró el círculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario