jueves, 21 de octubre de 2010

Messina y el juego de la oca

Seguro que todos en nuestra infancia hemos pasado alguna tarde jugando a la oca, ese sencillo juego de mesa en el que nuestras fichas avanzan por un tablero en espiral según las puntuaciones obtenidas por el dado. El juego tiene algunas casillas (las ocas y los puentes) que nos permiten saltar varias posiciones, pero también una casilla maldita, conocida como la muerte y simbolizada con una calavera, que nos obliga a volver a la casilla de partida. Resulta desesperante que, cuando hemos superado ciertas vicisitudes y el objetivo final parece cercano, nuestra ficha caiga en la muerte y nos obligue a empezar de nuevo.

Ettore Messina llegó al banquillo del Real Madrid de baloncesto en el verano de 2009 con la vitola de entrenador ganador, un poco como Mourinho este año a la sección de fútbol. Sus resultados en la Benetton, en la Virtus de Roma y en el CSKA significaban aval de sobra. Messina se rodeó de jugadores veteranos en la recta final de sus carreras (Prigioni, Hansen, Kaukenas, Garbajosa, Lavrinovic) para tener una plantilla que diera resultados a corto plazo. El cielo no podía esperar.

La temporada 2009/10 empezó bien, con el equipo sorprendentemente engrasado y ganando un encuentro tras otro (de oca a oca y tiro porque me toca). En los once primeros partidos de la liga ACB, el Madrid no conoció la derrota. Sin embargo, la primera cita importante, la fase final de la Copa del Rey, se saldó con una estrepitosa derrota (la casilla de la muerte) en la final contra el Barça. El golpe lo acusó el equipo, que tuvo que volver a empezar de cero.

Foto: flickr Jorge Lorenzo
La temporada entró entonces en una espiral suicida con altas (Jaric), bajas (Hansen, Kaukenas), jugadores que van y vienen (Van der Spiegel), parches de última hora (Morris Almond), hombres infrautilizados (Bullock, Reyes, Vidal) o que aparecen y desaparecen del equipo sin aparente explicación (Velickovic). La no clasificación para la Final Four fue el segundo desengaño de la temporada y la derrota en las semifinales de la ACB puso la guinda a un ejercicio decepcionante. Messina, el técnico ganador, se quedaba en blanco en su primer año. Tocaba reconstruir el equipo con nuevos refuerzos para fortalecer todas las líneas. Un año y tropecientos fichajes después, Ettore Messina se encontraba otra vez en la casilla de partida.

El último batacazo lo sufrió el Madrid en la Supercopa disputada hace un mes, donde fue vapuleado sin piedad por el Barcelona. La derrota en cancha del Olympiakos el pasado lunes entra dentro de lo razonable, pero lo preocupante es el hundimiento del equipo en los momentos decisivos contra rivales importantes y la incapacidad del entrenador para proponer soluciones que alteren el transcurso del juego. La sensación es que el Madrid está lejos de poder medirse de tú a tú con los grandes de Europa. Messina sigue sin encontrar la receta. Velickovic vuelve al ostracismo después de brillar con su selección en el Mundial, los nuevos fichajes no dan la talla (Sergio Rodriguez sigue tan perdido como en su periplo NBA) y sólo los jóvenes Llull y Tomic, acompañados por el omnipresente Reyes, dan motivos para la esperanza.

Es imprescindible que el equipo empiece pronto a carburar y a dar señales notables de mejoría (de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente). Volver a la casilla de salida una vez más podría suponer el fin definitivo de la partida para el entrenador italiano.

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