Shields publicó en 1991, al frente de My Bloody Valentine, el disco que definió una década que apenas arrancaba. Ningún álbum como Loveless para explicar aquellos años de distorsión, melodías y cabezas gachas. Fue tal el impacto del disco de la guitarra distorsionada en magenta que su continuación se convirtió en asunto capital en el debate de la nación indierockera. Se habló entonces de que el grupo tenía ya grabada buena parte del disco, pero el enfermizo perfeccionismo de Shields, que ya había estado a punto de llevarse por delante Creation Records durante la grabación de Loveless, retrasaba sine die la edición definitiva. Después, el silencio. Hartazgo, discusiones internas, el peso de las expectativas. Quién sabe.
Durante años, la aparición del nuevo disco de My Bloody Valentine se convirtió en rumor recurrente entre prensa y seguidores. Mientras tanto, Kevin se entretenía tocando con sus amigos de Primal Scream, produciendo a Dinosaur Jr o poniendo música a Scarlett Johansson en lencería ante un ventanal en la noche de Tokio. Cualquier cosa con tal de no afrontar la tarea primordial; está en el manual del buen procrastinador.
Con la vuelta de My Bloody Valentine a los escenarios en 2008, arreciaron los rumores. El propio Shields se encargaba de alimentar las expectativas, dejando caer, de cuando en cuando, que la publicación del disco era inminente. Por eso cuando, a finales de enero, Shields anunció que tendría lugar en “dos o tres días”, fueron pocos los que le creyeron. Quién no ha escuchado el cuento del pastor y el lobo.
Como los días pasaban y del disco no había rastro, los escépticos se iban cargando de razones: Kevin nos había tomado el pelo una vez más. Entonces, en la madrugada del 3 de febrero, una semana después de lo anunciado, el disco apareció en la página de la banda. Es de imaginar que el temblor de los fans al apretar el play sólo sería comparable al del propio Shields al pulsar el botón de “upload”.
¿Y bien? mbv es un gran disco cuyo único lastre son las desmesuradas expectativas. Es superior, claro está, a cualquier émulo aparecido durante las dos últimas décadas y a la inmensa mayoría de lanzamientos actuales. Se trata, en realidad, de una continuación lógica de Loveless. Ahí están las capas de guitarras, las preciosas melodías camufladas, el ruido controlado, la belleza en el caos, la dulce y distante voz de Bilinda. Tanto es así que a mitad del disco uno se pregunta si Kevin no tendría estas grabaciones en un cajón desde 1995, dudando si hacerlas públicas, aplastado por la inseguridad y el miedo al fracaso.
Es a final del disco donde se aprecian novedades y aparecen nuevos sonidos, pistas acaso de por donde pueden ir los futuros pasos de My Bloody Valentine. Ojalá no tengamos que esperar otras dos décadas para comprobarlo.
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Texto aparecido originalmente en el número 8 de Lineker Magazine.
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