El 26 de mayo de 1959 el Comité Olímpico Internacional se reunía en Múnich para designar la sede de los XVIII Juegos Olímpicos que se habrían de disputar en 1964. La elegida, por amplia mayoría, por delante de Detroit, Viena y Bruselas, fue Tokio. La elección de la capital japonesa suponía un espaldarazo a un país que intentaba salir a flote tras una dura posguerra. Un pueblo herido y vencido que intentaba recuperar su orgullo y mirar hacia el futuro, dejando atrás tiempos dolorosos.
Los Juegos de Tokio, por tanto, suponían una oportunidad ideal para demostrar al mundo que Japón, superadas las dificultades, estaba preparada para llevar a cabo un evento de ese calibre. Si a nivel organizativo era importante demostrar la capacidad nipona, también lo era desde el punto de vista competitivo. Los deportistas japoneses tenían que estar a la altura del acontecimiento y exhibir ante el mundo la pujanza del país. Uno de esos atletas era Kokichi Tsuburaya.
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