De la Peña (foto: elemaki) |
Debutó en 1995, cuando el cruyffismo enfilaba su recta final, y pronto encandiló por su visión de juego y sus pases precisos. Fue el abanderado de aquella Quinta del Mini -formada también por jugadores como Toni Velamazán, Celades, Arpón o Roger García- que irrumpió en el Camp Nou a mediados de los 90. Después de Cruyff llegó Robson y De la Peña continuó creciendo, ganando peso dentro del equipo. Ronaldo encontró en él un socio predilecto en su año blaugrana. Pocos entendieron los desmarques del brasileño como De la Peña, pocos supieron leer los pases del cántabro como Ronaldo.
De la Peña era ya un gran jugador, pero, en realidad, era más lo que se intuía, lo que se adivinaba que podía alcanzar, el inmenso potencial que atesoraban esas piernas y esa cabeza, que lo logrado hasta ese momento. Llegó Van Gaal y el papel de Lo Pelat fue menguando. Se dejó de sentir importante y entonces tomó una decisión arriesgada, crucial y a la postre nefasta: su marcha al Lazio. Hoy cualquiera sabe que emigrar a Italia en los años 90 era sinónimo de fracaso para cualquier futbolista español -para muestra tres botones: Martín Vázquez, Mendieta y Farinós-, pero entonces De la Peña, seguramente mal aconsejado, no era consciente de ello.
El encorsetado y tremendamente táctico calcio no era el hábitat ideal para la imaginación del jugador cántabro. La cesión al Olympique de Marsella tampoco cuajó y la ilusión por el regreso, también como cedido durante una temporada, al Barça de Serra Ferrer se tornó en decepción. El jugador había perdido la confianza, y con ella esa naturalidad con que se movía por el campo, esa espontaneidad que le hacía sacarse pases inimaginables de la chistera. Parecía obsesionado en cada intervención con demostrar su valía, con dar ese pase inverosímil que todos esperaban de él. Ofuscado en ser genial cada vez que el balón pasaba por sus pies, se olvidó de disfrutar sobre el césped. Con apenas 25 años, Iván parecía un futbolista amortizado.
Fue entonces cuando, en 2002, llegó al Español y, poco a poco, todo lo que parecía extraviado para siempre se fue recuperando. La confianza, la frescura, el placer de jugar, los pases increíbles y los otros, los que parecen fáciles y triviales pero son imprescindibles. El jugador perdido y desnortado volvió a sentirse importante, volvió a ser importante, volvió a ser líder. Con la elástica blanquiazul, De la Peña formó una sociedad con Raúl Tamudo que dejó momentos inolvidables. Las lesiones han convertido en un calvario su carrera durante los dos últimos años. Esa es la razón fundamental de la despedida. A los 35 años llegó la hora del adiós. Echaremos de menos su brillante calva moviéndose por la medular del campo, su cuerpo acomodándose para controlar el balón, su mirada oteando un horizonte de pies y césped, el brillo en sus ojos al descubrir lo que nadie más es capaz de ver, el interior de su pie golpeando (acariciando) el balón y su sonrisa satisfecha una vez que la pelota está dentro de la portería y todos corren a abrazar al delantero.
1 comentario:
Grande Iván!!!
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