A estas alturas todos los medios habrán glosado convenientemente, en la hora del adiós, la figura de Ronaldo Luis Nazario de Lima. Habrán reseñado sus principios en el Cruzeiro y aquel Mundial del 94 donde se proclamó campeón con sólo 17 años sin jugar un minuto, como suplente de Bebeto y Romario. Se habrán destacado también sus principios goleadores en Europa, en las filas del PSV, y su extraordinaria temporada en el Barça a las órdenes de Bobby Robson, donde maravilló al mundo futbolístico buscando un hueco entre los verdaderamente grandes de la historia, ese lugar en el que Maradona convive con Cruyff y Pelé se codea con Di Stefano. Se habrá dicho que aquel Ronaldo probablemente fuera el mejor delantero que ha pisado un campo de fútbol y se habrá hablado de su insólita mezcla de técnica y potencia, de sutileza y fuerza, de velocidad y frenada, cualidades sintetizadas en su prodigioso tanto contra el Compostela, el gol soñado por Pasolini y esbozado años antes por Maradona. También todos los diarios, radios, televisiones y blogs futboleros habrán narrado el traspaso al Inter y la derrota en la final del Mundial 98, en la cual Ronaldo fue un espectro de sí mismo por culpa de sucesos aún no aclarados plenamente. Luego vino la terrible lesión, la ardua recuperación, la recaída y la luz, por fin, al final del tunel.
En muchos sitios habrán dicho ya que cuando volvió Ronaldo era un futbolista diferente. Su fisonomía había cambiado y su rodilla no le permitía ya las carreras de antaño. Tuvo, por tanto, que reciclarse y aprender a convivir con sus limitaciones físicas reduciendo su campo de acción. Así ganó con Brasil el Mundial de 2002, siendo máximo goleador, sin apenas competición en sus piernas tras dos años de purgatorio. Puede que algunos hayan escrito que en Madrid volvió a ser feliz y puede incluso que sea verdad. Lo que es seguro es que hizo, con sus goles, felices a muchos madridistas en sus cuatro años de blanco, formando con Raúl una sociedad simbiótica que alguien llamó la doble R. Seguro que muchos se han acordado de las palabras de Valdano, que comparó al delantero con una manada de búfalos en estampida, y habrá quien haya recordado la Liga que Ronaldo le birló a la Real Sociedad con una asombrosa recta final de temporada. Se habrá contado el ocaso del astro en el geriátrico de Milán, la vuelta a Brasil, la impotente sensación de que las piernas no llegan adonde la imaginación aún alcanza, el cuerpo maltratado por las lesiones e hinchado por el hipotiroidismo y, por fin, el adiós entre lágrimas, la conmovedora despedida a los 34 años de un jugador irrepetible.
Algunos, incluso ahora, habrán hablado de sus fiestas y cumpleaños, pero la mayoría habrá recordado sus prodigiosos goles. Los primeros todavía lo acusarán de vago y poco profesional, sin reparar en el gran espíritu de sacrificio necesario para superar lesiones de tal gravedad y volver a la élite, reinventándose para sobrevivir. Pero todo lo anterior estará dicho y escrito ya, así que desde belfast boy sólo nos resta añadir: gracias, Fenómeno. Fue un verdadero placer.
1 comentario:
It's a kind of magic. Simply incredible!
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