Como cuando nos vemos traicionados por un amor que creíamos verdadero y repasamos los momentos en que fuimos tan felices intentando desentrañar cuánto de sincero y cuánto de falso había en esa relación, sospechando de orgasmos que parecían tan reales e intensos, así nos sentimos cada vez que recordamos cada demarraje de Perico, cada exhibición portentosa de Induráin. Ya no sabemos distinguir qué era real y qué fingido, en qué momento empezaron las mentiras, o si todo fue un gran engaño desde el principio.
Y aún nos cruzamos una sobremesa de verano y nos da un vuelco el corazón, porque el amor todavía permanece ahí, latente, porque cuesta horrores despreciar lo que se ha querido tanto. Pero somos conscientes de que, aunque lo intentáramos, jamás volvería a ser igual, jamás lograríamos recuperar la confianza perdida. Son demasiados desengaños, demasiadas mentiras.
Intentamos hacer borrón y cuenta nueva, nos esforzamos por creer sus palabras de arrepentimiento, por dar crédito a su acto de contrición y a su súplica de una nueva oportunidad. Pero nos cuesta tanto. Como cantaba Rocío Jurado en una de las inmortales canciones compuestas por Manuel Alejandro, se nos rompió el amor. Y no hay ya nada que hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario