viernes, 18 de enero de 2013

El ciclismo y nosotros, que nos quisimos tanto


Armstrong ha reconocido en una entrevista a Oprah Winfrey que se dopó sistemáticamente durante los años en que ganaba un Tour tras otro. "Mi cóctel era EPO, transfusiones y testosterona", afirma el tejano. Evidentemente, la confesión no ha cogido a nadie por sorpresa, pero supone otro clavo, quizás el definitivo, en el ataúd de un deporte que lleva tiempo moribundo. Los que hemos amado tanto este deporte, los que hemos vibrado con la belleza de finales en alto, sprints y abanicos, hace tiempo que nos sentimos dolidos y desamparados.

Como cuando nos vemos traicionados por un amor que creíamos verdadero y repasamos los momentos en que fuimos tan felices intentando desentrañar cuánto de sincero y cuánto de falso había en esa relación, sospechando de orgasmos que parecían tan reales e intensos, así nos sentimos cada vez que recordamos cada demarraje de Perico, cada exhibición portentosa de Induráin. Ya no sabemos distinguir qué era real y qué fingido, en qué momento empezaron las mentiras, o si todo fue un gran engaño desde el principio.

Y aún nos cruzamos una sobremesa de verano y nos da un vuelco el corazón, porque el amor todavía permanece ahí, latente, porque cuesta horrores despreciar lo que se ha querido tanto. Pero somos conscientes de que, aunque lo intentáramos, jamás volvería a ser igual, jamás lograríamos recuperar la confianza perdida. Son demasiados desengaños, demasiadas mentiras.

Intentamos hacer borrón y cuenta nueva, nos esforzamos por creer sus palabras de arrepentimiento, por dar crédito a su acto de contrición y a su súplica de una nueva oportunidad. Pero nos cuesta tanto. Como cantaba Rocío Jurado en una de las inmortales canciones compuestas por Manuel Alejandro, se nos rompió el amor. Y no hay ya nada que hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails