Quizás porque España ya había agotado el necesario factor suerte con el gol a Alemania en el minuto 89, ese cabezazo de Maceda a centro de Señor que arrancó un gallo al impasible José Ángel de la Casa; quizás porque Arconada ya había gastado en la semifinal contra Dinamarca todas las paradas que había guardado en la maleta cuando partió de Donosti rumbo al cercano norte; el caso es que la caprichosa diosa fortuna se cebó aquella noche con el meta de la Real Sociedad. La gloria, untuosa y escurridiza,
se le escapó de las manos a Arconada al poco de empezar la segunda parte. Cuando el portero vio
con el rabillo del ojo que el balón traspasaba la línea de gol debió de pensar que todo había terminado. Las manos en la cabeza del zaragocista Salva, espectador privilegiado, eran las de todo un país delante del televisor.
España, plagada de bajas en defensa se vio impotente ante la anfitriona Francia. Ellos tenían a Platini, Tigana y Giresse y nosotros no teníamos a Maceda, Goiko y Gordillo. Aunque fue una desilusión, tampoco dolió tanto la derrota, no crean. Veníamos de donde veníamos: de hacer el ridículo en nuestro Mundial, donde lo único decente que exhibimos fue a Naranjito, mascota muy criticada entonces convertida en icono pop hoy. La histórica goleada a Malta, el épico gol de Maceda y la victoria en la tanda de penaltis contra Dinamarca nos volvían a colocar en el mapa futbolístico y, sobre todo, nos proporcionaron una inyección de autoestima. Perder la final de la Eurocopa era un mal menor. Era 1984. Eran otros tiempos.
Bonus track:
Arconada (Tachenko)
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