
Es posible que la primera vez que escuché hablar del Torino fuera cuando un bigotudo
Rafael Martín Vázquez abandonó el Real Madrid seducido por las liras de la bella Italia, rompiendo así una maravillosa quinta que había empezado a descomponerse un año antes, con el batacazo ante el Milan, y
acababa de recibir la puntilla en la final de Copa jugada en el Luis Casanova (actual Mestalla) a manos del proto-dream team de
Cruyff. Claro que esto era algo que ni ellos ni nosotros, que andábamos celebrando récords goleadores de la mano de
Toshack, podíamos aún adivinar.
Por aquel entonces, el Torino para mí era solamente el equipo pobre de una ciudad donde habían jugado
Platini y
Laudrup. Un par de años después, aquel equipo de
Scifo,
Lentini y
Casagrande llegaría a la final de la Copa de la UEFA, después de eliminar al Madrid en unas semifinales donde
Ricardo Rocha marcó uno de los dos goles que lo hicieron célebre en el Bernabéu (el otro sería en el tinerfeño Heliodoro Rodríguez López sólo un par de meses después).