Ahora mismo nadie se atrevería a cuestionar a Johan Cruyff como uno de los grandes entrenadores de la historia del fútbol. Se puede incluso pensar que su aparición en los banquillos a finales de los 80 salvó del aburrimiento a un fútbol cada vez más especulativo y
tacticista (no hay más que recordar el soporífero Mundial de Italia). Es innegable que la huella del holandés se encuentra en
el Barça de Guardiola, pero también en la actual selección española campeona del mundo y, en mayor o menor medida, en otros equipos como el Arsenal de Wenger. El reconocimiento al entrenador holandes es hoy, por tanto, unánime. Pero no siempre fue así. No siempre estuvo claro que Cruyff fuera el genio que, aun con sus excentricidades, demostró finalmente ser. El 5 de abril de 1990 se jugó un partido cuyo resultado, con la perspectiva del tiempo, se antoja crucial para el devenir de los acontecimientos posteriores. De haber sido otro pudo haber cambiado la historia del Barcelona, de la Liga española y quién sabe si del fútbol mundial.
Nuñez había contratado a Cruyff en 1988 para intentar terminar con el dominio del Madrid de la Quinta del Buitre. En su primer año consiguió la Recopa, pero en el campeonato doméstico no pudo con el intratable equipo blanco. La termporada 1989/1990 no fue mejor y,
tras una derrota en Castellón, los azulgranas quedaron descolgados de la lucha contra el Madrid de Toshack, que terminaría batiendo récords goleadores. Si a esto unimos la
eliminación en octavos de final de la Recopa ante el Anderlecht, la final de Copa era el clavo ardiendo al que se agarraban los azulgranas. Al partido se llegó con el entrenador holandés
en la cuerda floja, con los nombres de
Menotti y Luis Aragonés flotando en el aire. El gatillo fácil de Nuñez hasta la fecha a la hora de tumbar entrenadores no presagiaba tranquilidad para Cruyff en caso de terminar el año en blanco.