Todos los aficionados al boxeo en particular y al deporte en general conocerán la historia de
Joe Frazier. El nacimiento en el seno de una familia numerosa humilde de Carolina del Sur. La partida a los 15 años en busca de un futuro mejor rumbo al norte, con destino en Nueva York, antes de asentarse definitivamente en Filadelfia.
La medalla de oro en los Juegos de Tokio y
la victoria ante Ellis que lo convirtió en el campeón mundial de los pesos pesados. El triple enfrentamiento frente a
Muhammad Ali. El primer combate, en 1971, en el Madison Square Garden.
La pelea del siglo. La victoria de
Smokin' Joe a los puntos después de aquel fantástico gancho de izquierdas que mandó a Ali a la lona al principio del último asalto. La discutida derrota por puntos en la segunda pelea, tras haber perdido el cetro contra
Foreman en Jamaica. Y por supuesto, el tercer combate contra Ali, el célebre "
Thrilla en Manila", apasionante, brutal y dramático. Dos hombres pegándose al límite de sus fuerzas, exhaustos y magullados, manteniéndose en pie sólo por el deseo de ver al otro caer, sacando fuerzas de un combustible demasiado poderoso: el odio acumulado durante un lustro. Peleando como si no hubiera un mañana (pudo no haberlo para alguno de los dos) en medio de un calor insoportable. Frazier con su único ojo bueno tumefacto y Ali destrozado por dentro de tanto golpe. Entonces, al final del decimocuarto asalto, cuando ambos no podían más y Ali estaba a punto de rendirse, la decisión de
Eddie Futch, el manager de Frazier, de arrojar la toalla. La gloria para Ali y el ocaso para Frazier, que apenas volvió a pelear después, que no volvió a ser el mismo sobre el ring.